martes, 5 de octubre de 2010

Galletas equivocadas


Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación, le informaron que el autobús en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.

Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejaría pasar aquella situación o haría de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.

Finalmente, la señora se dio cuenta que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así con un gesto amoroso le ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.

¡Gracias!, dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. "De nada", contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.

Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: "¡Qué insolente, que mal educado!". Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas INTACTO.
La mujer se dio cuenta de su error. NO sabía como remediar la situación, quería volver de cualquier manera para pedir perdón pero ya era demasiado tarde.

1 comentario:

  1. todos fabian en algun momento tenemos, comemos las galletas equivocadas.somos asi.nos gusta hablar, opinar y juzgarrrrrrrrrrrrrrr sin saber.somos metidos, curiosos. asi somos los santafesinos muy chusmas, puteros jajaja. saber siempre y hablar del vecino. es nuestor mayor defecto lamentablemente.hablar del otro ejercicio cotidiano.debemos ser sinceros.
    evangelina.

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