Es un simple recuerdo. En realidad, un poco de catarsis. El recuerdo para un tipo común. Como yo, o como cualquier otro pibe que haya crecido sentado en alguna de las rotondas de Loyola. Los mellis tenían dos años menos y por eso formábamos parte de grupos distintos aunque cada tanto nos cruzábamos. En el reparto de caracteres, Claudio Andres Palo Oliver se quedó con la irreverencia, la informalidad y el desparpajo. A Oaky, como lo llamaban los más grandes, no le quedó más remedio que hacerse de la responsabilidad y la corrección. Por supuesto que, como todos sabemos, esto no es en términos absolutos y seguramente en algún momento estos límites se desdibujaban.
Eran días en los cuales no existía la obligación de prever, de planificar. Un día era igual a otro.
Siempre me llamó la atención su manera de transformar en energía positiva, una enfermedad que –aparentemente- descolocaba más a quienes no la padecíamos que a él.
Con el debido respeto por los sentimientos de la enorme cantidad de personas que lo conocían y lo querían, no quiero recordarlo como un superhéroe. Simplemente porque los superhéroes luchan teniendo a su favor poderes sobrenaturales. El narigón era un tipo común, de barrio y sólo tenía a su familia, sus amigos, su carcajada, su mirada penetrante, su locura, su ingenio, su corazón y su alma. Eso lo hace más grande todavía. Era un tipo común que libró la batalla de un superhéroe.
Yo sé que habrá quien piense que perdió el partido. Estoy convencido de que no fue así. Él sabía cuál iba a ser el final. Por eso luchó para que se conozca la enfermedad y el hecho de que todos sepamos un poquito más de qué se trata esta mierda, hace dudar seriamente sobre quien ganó o quien perdió.
Decía Galeano: “Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
Seguramente Narigón, si existe algo después de esto, nos vamos a encontrar. Con vos y con otros. Vos sabés que soy futbolero y seguramente algún picadito habrá. Y nos prenderemos. Llegado el caso, te aseguro que no voy a decir que te quiero en mi equipo. Con muchísimo respeto, te voy a pedir que me dejes jugar, aunque sea cinco minutos, en el tuyo.
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