Se cuenta que el Secretario de Cultura fue invitado a dar una conferencia sobre educación familiar.
Aceptó la invitación, pero pidió un plazo de seis meses para prepararse.
El hecho causó extrañeza, pues todos sabían que él tenía capacidad y condiciones para hablar en cualquier momento sobre el tema.
Transcurridos los seis meses, el Secretario compareció ante los presentes, que esperaban con cierta curiosidad, escuchar la conferencia.
Entró al auditorio y se dirigió a los presentes, tras él entraron sus ayudantes llevando cuatro jaulas.
En cada una había un animal; en total eran dos liebres y dos perros.
Cuando el Secretario dio la señal, uno de los ayudantes abrió la puerta de una de las jaulas y una pequeña liebre blanca salió corriendo, espantada.
Luego, otro de los ayudantes abrió una jaula donde había un perro y éste salió corriendo desesperadamente tratando de capturar la liebre. Cuando finalmente la alcanzó, con una gran destreza, la destrozó en pocos segundos.
La escena fue aterradora y causó un fuerte impacto entre todos los asistentes. Nadie entendía lo que el conferencista pretendía demostrar con aquel desagradable espectáculo.
El Secretario permaneció todo el tiempo en silencio y al cabo de pocos segundos volvió a repetir la señal establecida, y uno de sus ayudantes liberó la otra liebre de su jaula. A continuación, como lo hecho anteriormente, abrieron la jaula del otro perro. El público contuvo la respiración, esperando que se repitiera el mismo espectáculo.
Algunos más sensibles se taparon los ojos con las manos para no volver a presenciar la muerte del indefenso animalito que corría y saltaba por el auditorio.
En un primer instante, el perro embistió contra la liebre, sin embargo, en vez de atacarla, la tocó suavemente con la pata y la liebre se dejó caer plácidamente. Luego se levantó de nuevo y se puso a jugar con el perro. Para sorpresa de todos, los animales se mostraron tranquilos mientras jugaban y saltaban de un lado para otro.
Entonces, el Secretario de Cultura, dijo:
«Señores, acaban de asistir a una demostración de lo que puede representar la educación»
Ambas liebres son hijas de la misma madre. Fueron alimentadas igualmente y recibieron los mismos cuidados. Y las mismas circunstancias se aplican a los perros.
La diferencia entre ellos reside, solamente, en la educación.
Y prosiguió vivamente su discurso, exponiendo las excelencias del proceso educativo: La educación, basada en una concepción exacta de la vida, podría transformar la imagen de nuestro mundo.
Debemos educar a nuestros hijos, estimular su inteligencia pero, ante todo, debemos hablar a su corazón, enseñándoles a despojarse de sus imperfecciones.
Recordemos que la verdadera sabiduría no consiste en saber más, sino en aprender a ser mejores personas.
«La educación no se constituye en mera transmisión e incorporación de informaciones, sino que consiste en trabajar las mejores potencialidades del ser»
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